Corría la década de 1930, y la Segunda Guerra Mundial estaba al caer. La tristeza y el miedo se podían oler. Pero pequeñas cosas como un baile aún conseguían levantar sonrisas. El baile de un niño y su hermana que les ayudaba a calentarse una fría tarde de invierno. El baile de un galante joven que trataba de expresarle su amor a su pareja. El baile de esa pequeña abeja exploradora que se movía ante la mirada de las abejas obreras…
Detrás de la danza se esconden grandes secretos. Hay quien afirma que el baile es un lenguaje en sí mismo. Quizás sería mejor preguntárselo a Karl von Frisch.
En ese tiempo, Karl von Frisch, un biólogo austríaco, se encontraba inmerso en sus investigaciones sobre la abeja de la miel, Apis mellifera. Este científico realizó un curioso experimento. Mostró un plato con comida a una abeja exploradora. La marcó con un puntito de pintura y la observó. Al regresar a la colmena esta abeja comenzó a realizar un baile ante la atenta mirada de las abejas obreras. Poco después estas se dirigieron al plato de comida. Así el científico Karl descubrió que estos insectos sociales tienen un lenguaje propio y se pueden comunicar a través del baile.
El siguiente paso era conseguir descifrar su leguaje. Pero… en 1933 Hitler se alzó con el poder y en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Los bisabuelos de Karl eran judíos conversos al cristianismo y por ello fue apartado de sus investigaciones. Pero la historia no acaba aquí.
Durante la Segunda Guerra Mundial una enfermedad azotó a las poblaciones de abejas y requirieron la ayuda de Karl. Así, fue absuelto y pudo volver a sus investigaciones. Continuó con sus experimentos y observó detenidamente el baile que las abejas exploradoras realizaban al regresar a la colmena. Descubrió que si la fuente de alimento está a menos de 100 metros la abeja exploradora realiza una danza en círculos. Si está más lejos la cosa se complica. La abeja realiza un dibujo como el que se ve en la imagen. El zarandeo indica la distancia a la que está la fuente de alimento. Cuanto mas dure, más lejos está la comida. El ángulo del zarandeo respecto al sol indica la dirección. Así, la abeja exploradora consigue transmitir la información al resto de abejas que la observan. Karl consiguió transcribir el lenguaje de las abejas y en 1973 recibió el Premio Novel de Medicina.
En la Universidad Libre de Berlín han dado un paso más, y se han comunicado con las abejas. Para ello han creado un pequeño robot simulando una abeja exploradora y han realizado un baile consiguiendo convencer a algunas abejas.
Podemos comprobar cómo la ciencia avanza a pasos agigantados, permitiéndonos descifrar lenguajes y hasta tratar de imitarlos. ¿A dónde llegaremos con el avance de la robótica? ¿Seremos capaces de enviar abejas a donde queramos usando robots bailarines? De lo que no hay duda es que el baile oculta bellas maneras de comunicarse y expresarse. Por eso si has terminado de leer este artículo te quería preguntar algo: ¿Bailas conmigo?
Guanina
Bibliografía:
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