“Mis vacaciones de verano aún no han terminado y mírame, aquí estoy de nuevo” pienso mientras subo las escaleras que conducen a mi laboratorio en Londres. Es 1928 y el laboratorio está tal cual lo dejé antes de irme, algo desordenado, con placas de Petri por todos lados y mis notas esparcidas por doquier. Debería ser un poco más organizado. Mirando las últimas placas con las que he trabajado veo que dejé alguna cerca de la ventana por error y se han contaminado con algún tipo de hongo del ambiente. Al principio no parece nada del otro mundo, pero al mirar más de cerca veo que el hongo que ha contaminado la placa no ha dejado crecer a las bacterias que estábamos estudiando. “Interesante”.
Por pura curiosidad decido estudiar un poco más este moho que me ha llamado la atención. Hago que crezca junto a otras bacterias y veo que cerca del moho, a cierta distancia, no crece ninguna bacteria. “El moho debe de estar produciendo alguna sustancia que inhiba el crecimiento de las bacterias” pienso. El siguiente paso es aislar e identificar el moho, y veo que se trata de Penicillium notatum, por lo que decido llamar a esa sustancia misteriosa que produce “penicilina”.
Sin embargo, este descubrimiento parece no importarle al resto de la comunidad científica. “Necesito purificar esa sustancia, tal vez así me tomen más en serio” me digo a mí mismo. Pero tras intentarlo durante un tiempo, me doy por vencido.
Unos años después me llega la noticia de que otros investigadores, Howard Walter Florey y Ernst Boris Chain, leyeron mi descubrimiento sobre la penicilina y han conseguido purificarla. ¡Incluso han hecho estudios utilizando esta penicilina como tratamiento contra infecciones bacterianas, con muy buenos resultados! “Creo que es hora de hacerles una visita”.
Tras ponerme al día de sus descubrimientos, los dos investigadores me comentan:
- Los resultados han sido buenos, pero necesitamos producirla en grandes cantidades- dice Florey.
- Pero Florence, es 1941, Inglaterra está en guerra, no creo que encontremos ningún lugar en todo el país donde poder hacerlo- responde Chain.
- En ese caso, puede que tengamos que buscar más lejos.
Y así comienza el viaje hacia EE. UU. Allí vemos que los americanos han desarrollado una nueva técnica llamada fermentación en tanque profundo, que podemos utilizar con Penicillium y así producir la penicilina en grandes cantidades, incluso convencemos a algunas empresas farmacéuticas para comercializarla. "Esto marcha viento en popa".
Ese mismo año, en 1941, EE.UU. entra en la que se conocerá como la Segunda Guerra Mundial.
Y una guerra, entre otras cosas, significa heridos. Muchas de las heridas que pueden presentar los soldados no son mortales, pero pueden infectarse por alguna bacteria, y esa infección puede sí ser mortal. Y ahí es cuando la penicilina adquiere un papel fundamental, ya que gracias a su producción en masa podemos empezar a tratar a las personas heridas, salvando así muchísimas vidas.
Y es que vemos que la penicilina puede utilizarse como tratamiento frente a gonorrea, escarlatina, difteria y otras muchas enfermedades bastante comunes causadas por bacterias Gram-positivas.
De esta manera, el uso de la penicilina como tratamiento se convierte en algo habitual y su uso se multiplica. Se pueden encontrar hasta anuncios por la calle. Este gran uso hizo que mi nombre se hiciera cada vez más conocido, hasta que en 1945 Florey, Chain y yo, Alexander Fleming, recibimos el premio Nobel.
Uracilo
REFERENCIAS
Ligon, B. L. (2004) Penicillin: Its discovery and early development. Seminars in Pediatric Infection Diseases, 5 (1) 52-57.
Alharbi, S. A., Wainwright, M., Alahmadi, T. A., Salleeh, H. B., Faden, A. A. & Chinnathambi, A. (2013) What if Fleming had not disovered penicillin? Saudi Journal of Biological Sciences (21) 289-293
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